Texto y Fotos por Julie Sopetrán
Una catrina es una obra de arte relacionada con la muerte. Tiene un significado metafórico de la clase social alta mexicana. Es una calavera, una huesuda que lleva sombrero y si es con plumas de avestruz mejor que mejor. Su creación se debe al gran artista mexicano José Guadalupe Posada, y fue nombrada así por Diego Rivera.
La Catrina debe llevar el sombrero, y es una crítica al mexicano rico y pobre que quiere aparentar ser europeo. Diego Rivera la dibujó por primera vez en su mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, allí la calavera está acompañada de su creador: José Guadalupe Posada y Rivera la llamó “Catrina”, siendo hoy un personaje muy querido en México. Es una metáfora viva que habla de la muerte. Es un juego de picardía muy respetable, una sugerencia que invita a la sonrisa. Es una sátira seductora, un símbolo de coquetería, una recreación de la imaginación para acercarnos humorísticamente a la muerte, con ese sentido que afianza el placer de vivir. Es una manera de ver la muerte, más alegre, más divertida, más cercana, más pura.
Estos días, por los cementerios, las calles y las plazas de Michoacán, he visto catrinas que me han hecho reír, incluso hacerme una foto a su lado; seduce su doble personalidad de sabernos cercanas aquí y ahora; en el Centro Histórico de Guadalajara, Jalisco, había verdaderas joyas artísticas que te hacían reflexionar lúdicamente sobre la muerte y también sobre la vida. En lugares donde no te lo esperabas, había catrinas sonrientes, elegantes, irónicas… Nada tiene que ver esta imagen de la muerte con la que nos enseñaban nuestras abuelas en España, aquella figura ancestral de la Santa Muerte que venía acompañada de la Santa Compañía, con seres encorvados, tétricos, asustones… Prefiero las catrinas con su glamour, con su encanto personal, con la sonrisa dientuda que te hace sonreír, incluso gozar del momento de una forma más real, más positiva y divertida.
José Guadalupe Posada, su autor, nació en Aguascalientes el dos de febrero de 1852 y murió en 1913, es un dibujante, un grabador, un litógrafo de la época de la Reforma. Él decía que: “La muerte, es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera”. Y así es. Lo miremos por donde lo miremos, todos somos calaveras y así debemos aceptarlo. Orozco, Rivera, Leopoldo Méndez y muchos más artistas se inspiraron en él.
La diversidad cultural de México recrea otra idea, otra forma de la muerte. La catrina ya es parte de su patrimonio cultural, donde se entronca tanto lo cristiano como lo ancestral precolombino. La zona lacustre de Michoacán es un espejo vivo donde se miran estas catrinas coquetas y conquistadoras.
Los innumerables pueblos que componen la ribera del Lago de Pátzcuaro, son auténticos portavoces del significado profundo de la muerte. Esa muerte que no existe, porque estos pueblos conocían el más allá, sabían que morir significa “volver a vivir”, es por ello la costumbre de memorar sus ropas, sus utensilios de trabajo, las comidas que les gustaban… a sus muertos. Es por ello la conservación de la creencia de que los muertos vuelven de visita a sus hogares y se hacen tantas cosas para agasajarlos. Los altares, las ofrendas, los caminos de cempasúchil o xempoatlzúchitl que significa el sol, el calor, los caballitos enrosados, la mazorca de maíz, las frutas, el pan de muerto, los retratos, los arcos, las cruces, el copal, las velas, la abundancia de comida, los recuerdos de cada muerto en cada casa y en cada tumba. Y no falta el agua, el vino, el antojito, y no falta el arte de ver y recrear el recuerdo del ser querido.
Esas catrinas monumentales son el acervo de una cultura admirable, vital, palpitante. Las almas sin duda regresan, los dioses permiten a los seres humanos volver a casa por un rato, y por eso México está lleno de vida, de riqueza ancestral, de colores muy vivos, de dulces, de gestos, de papeles picados, de música, de tradición y, son los artistas, es la imaginación, la que decora el gesto, la que pone el humor, casi siempre femenino en la fiestera cara de la catrina o en la expresión del travieso catrín, elegante, que también existe.
Deseo volver a México en cada Noche de Muertos, en cada Día de Difuntos, de Ánimas, de Velaciones de Angelitos, para meditar ante las catrinas, para refrescar la memoria de por qué estamos aquí, celebrando regresos, que fueron partidas, que son pasos, que es la sonrisa abierta y sugerente de algo positivo, respetable, y no tan triste como se ve en otros lugares, fuera de México. Sí, cada año, quiero contagiarme del genio inmortal de las catrinas.