Por Patricia Jiménez Pons
La casa estaba envuelta en deliciosos aromas que anunciaban el día, el del “Primer Encuentro con los Difuntos”.
Los preparativos apuraban a todos y a las manos mágicas de la abuela, para que terminaran sus labores, hasta que por fin, con una enorme canasta plena de fruta, flores, adornos y unos abrigadísimos tamales de elote y elotes tiernos hervidos, justo a las cuatro de la tarde salimos al panteón.
No, no era noviembre, era el 28 de septiembre, fecha en que en Morelos, en el pueblo de Coatetelco da inicio una de las celebraciones más extraordinarias, de una identidad que se regocija en la visión indígena del cosmos y la religión católica. Justo ese día, tras colocar una corona de flores en la cruz de la tumba, la estola y los adornos de flores y fruta, salen de su abrigo, de un golpe, los olorosos tamales y elotes muy tiernos, para que ese aroma, que el calor incita aún más, llegue hasta su difunto y lo atraiga hacia sus seres queridos.
Entre la bulla y la excitación por poner la ofrenda, la voz de un niño, invitando a su madre a bajar, para después acompañarlo hasta su hogar me estremeció. ¡Que maravillosa cercanía con la muerte! no hay lágrimas, hay gozo, porque a partir de ese día, en el calor del hogar, a las ocho de la noche, cuando las campanas de la iglesia toquen a muerto, los difuntos serán recibidos, en la mesa al mencionar su nombre, en un lugar especial, en donde se habrá colocado, de inicio, chocolate y pan, y posiblemente los platillos que a él le gustaban. Y así será, noche tras noche, hasta el 28 de octubre, día en que en el resto de la entidad, da inicio la Celebración de los Difuntos” con la instalación y recibimiento de “Los Matados o Simones”.
Qué extraordinaria es la Celebración de los Día de Muertos, unos más celebrados, otros no tanto, como aquellos matados que perdieron la vida de manera violenta y cuya ofrenda sólo es una enorme olla con agua rodeada con una guirnalda de flores o aquellos matados que con una ofrenda modesta en el corredor, se mantienen fuera de casa durante cinco años hasta que Dios los perdona.
Pero el resto, en un esfuerzo familiar brindan a sus difuntos un “Banquete de los Muertos”. Existen muchos y variados, según la zona donde se ofrende, así la “ofrenda de altar” nos muestra la cocina mestiza plena de sabores sofisticados; la “ofrenda indígena de piso”, una exquisita gama de platillos como el mole verde, los tamales nejos, chocolatl, calabaza en tacha, tortilla, tlaxcales, pulque, entre otros muchos, como también presenta la bellísima “Ofrenda Colgante de Coatetelco”.
Monumental, como ninguna otra es la “Ofrenda Nueva de Ocotepec”, donde, en tamaño natural, y vestido con ropas nuevas, se representa al difunto, formando su cuerpo con pan de muerto y fruta cubiertos por un mantel y encima su ropa. La cabeza es una calavera de azúcar de tamaño natural y a todo su derredor una enorme cantidad de comida, tan grande como la capacidad económica de los deudos, quienes en agradecimiento a la población que los visita para ofrecerles un cirio, les brinda un café caliente, un ponche, un tamalito y pan.
Mención especial merece la “Ofrenda de los Limbos”, al noreste del estado. Niños que no llegaron a nacer, a los que se trata de usted y con reverencia porque nunca pecaron. Esta ofrenda, toda en blanco por su espiritualidad, ofrece a los niñitos alimentos y dulces en platos diminutos, pero en tal cantidad que se levanta como una enorme flor blanca.
“Este banquete a los muertos” en Morelos, es una de las muestras más importante de las manifestaciones tradicionales de nuestra identidad donde, la artesanía, la música, la danza, y muy especialmente, la cocina tradicional morelense, tienen su mejor escaparate, para que todos sintamos EL ORGULLO DE SER MORELENSE.