Los Caballitos Enrosados de San Ángel Tzurumucapio

In Tradiciones

Texto y fotos por Julie Sopetrán

En la región de la Meseta P’urhepecha, entre grandiosas montañas habitadas por coyotes, zorrillos, mariposas gigantes, comadrejas… existe un pueblo llamado San Ángel Tzurumucapio, que está situado en el municipio de Ziracuaretiro, en el estado de Michoacán de Ocampo, en México.

Este pueblo en plena montaña tiene más de cuatro mil habitantes y su altitud supera los 1600 metros sobre el nivel del mar. Rico en aguacateros y hermoso en paisajes de conos volcánicos, atraen la mirada y serenan el alma en sus valles.

Este pueblo es conocido por sus costumbres de Día de Muertos y sus caballitos enrosados.

¿Qué quiere decir lo de “caballitos enrosados”?

Entramos en el cementerio de San Ángel de Tzurumucapio y escuchamos varias bandas sonoras por todo el cementerio, cada una está tocando junto a un caballito enrosado.

El día anterior a la celebración, los hombres del pueblo preparan estos caballitos con varas, maderas y carrizos. En la noche cuando se vela al difunto con los altares, es cuando lo llenan de rosas, por eso se llama “enrosado”, aunque no importa la flor que se utilice. También se usan claveles y flores del tiempo, frutas, como plátanos, guayabas, manzanas, pan de muerto, tortillas, dulces, cintas de colores, papel picado en su decoracieon.

Héctor Hernández, un vecino del pueblo, me comenta que es una costumbre muy ancestral, la de los caballitos, no se sabe desde cuando existen, los hacen siempre para el muerto nuevo, la tradición puede ser prehispánica.

Es la comunidad la que participa en la creación de los caballitos adornados. Colabora todo el pueblo, y se hacen también con varas de laurel atadas con cuerdas, también con piñas de maíz. Una vez hecho el armazón, es cuando se le ponen las flores, así van de casa en casa creando varias partes de este caballito, desde la cabeza hasta las patas. Las flores las ponen por la noche para que duren más y estén frescas, de esa forma permanecerán sin marchitarse en el cementerio y aguantarán la fiesta.

Otro caballito enrosado

Una vez se ha terminado de elaborar el caballito, se coloca en un lugar donde todo el mundo pueda verlo y admirarlo. Así los familiares del fallecido y todos los que han colaborado en hacer el caballo, podrán invocar al espíritu del fallecido, para ello encienden cirios alrededor, ponen más flores, encienden copal (incienso) rezan y creen que el alma vendrá a través del caballo para estar y celebrar momentos agradables con los vivos.

La gente de esta región, como en todo Michoacán, es muy agradecida, y las mujeres se pasan horas, días, cocinando, para dar de comer a la comunidad que colabora en la creación de esta obra de arte. También para obsequiar a los forasteros que llegan a visitar y participan de las ceremonias. Amigos, conocidos, extraños, nadie se va sin probar los exquisitos platos de la tierra, como son las corundas, el churito… Ese caldo de res con col, acompañado del maíz que está presente en muchos platos. Y en la noche, mientras pasa el frío de la noche de muertos, una copita de charanda o el charape para espantar a los fantasmas.

La música es otro motivo de alegría para celebrar la muerte en la cultura p´urhépecha, en este lugar existen muchas bandas de música y en este día vienen al cementerio a tocar a las tumbas no sólo de los caballitos, sino de aquellos vivos que lo solicitan para sus muertos. Los sonecitos, abajeños y pirekuas, dan paso a la serenidad de las bandas que envuelven el aire en esas tonalidades de cirio y ofrenda.

Ofrenda sobre una tumba

La ofrenda es llevar a la tumba aquello que más le gustaba al difunto. En este caso podemos ver en la foto un rabanito y cacahuetes. También podemos admirar los paños bordados hechos a mano por las mujeres, estos paños son los que cubren la comida que se lleva a las tumbas, siempre lo que más le gustaba al muertito.

Cada cual aporta lo que sabe, lo que tiene, es un dar y recibir. Llevas ofrenda al muerto y recibes comida del vivo, del familiar. Compartes. Es muy feo no aceptar la comida, querer participar sin ofrecer algo al difunto. Esta es la filosofía indígena. Su generosidad activa, brilla en estos días en que los muertos vienen a visitar a los vivos. Vienen a pasar unos días con sus familiares, esa es la creencia. Para ello se preparan, crean caballitos, hacen caminos de pétalos de cempasúchil, con la flor amarilla, es la flor de muerto en Michoacán, (son como los claveles chinos pero gigantes, hermosos,) de esa manera los muertos no se pierden, vuelven a sus tierras, saben por dónde volver a sus lugares preferidos, a sus hogares. Todos colaboran, los niños, los ancianos, los jóvenes, la familia. Es un mundo en color donde la vida se transforma para alegrar el cementerio. Uno de los músicos de la Banda La Cañada, me pregunta si nosotros celebramos con música El Día de los Muertos. Le digo que no. Se sorprende. Y me pregunta: ¿Por qué?

Uno de los músicos de una banda tocando en el cementerio¿Cuánto nos falta aprender a los españoles de estas costumbres mexicanas frente al misterio ineludible de la muerte? Creo que mucho. En estos cementerios los días 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre, observamos a familias completas, primero, limpiando las tumbas, luego engalanándolas de flores, de luces naturales, de velas. Y son ante todo ellos, los niños, los que participan más activamente de estas preparaciones ceremoniales. No. Ellos no le tienen miedo a la muerte, pasan la noche en el cementerio, juegan con ella, participan del duelo y lo ven de una forma natural, porque así es la muerte, simplicidad, llaneza, identidad… Todo como la vida misma.

Termino esta pequeña semblanza de lo que es la muerte en México, con unos versos del poeta de aquellas tierras, Ismael García Marcelino, que a modo de Consejo contradictorio dice: “Nunca lleves una banda / de música/ para sepultar a un ser querido. /Los otros difuntos,/los que de veras descansan,/no tienen por qué saber/ que tu dolor te da gusto.”

Familia p'urhepecha en la velación en el cementerio

Pero es después de la muerte, cuando se celebra el recuerdo y para entonces… da gusto escuchar esas bandas y ver a la familia unida en los cementerios. Aprendamos de México a llevar infancia, juventud y música a nuestros campos santos, tal vez eso nos haga ser más humanos y nos haga sentir más vivos para dar alabanza a la muerte.

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