Texto y fotos por Mary J. Andrade
La ciudad de Oaxaca de Juárez se encuentra ubicada en la región de los Valles Centrales del estado de Oaxaca. Su población se siente orgullosa de tener la patria potestad de uno de los bienes declarado Patrimonio de la Humanidad. Ya anteriormente lo dijo uno de sus personajes: “a Oaxaca solo le falta ponerle un techo para convertir a la ciudad en un museo histórico”.
Las tradiciones que se celebran en Oaxaca son ricas en sus manifestaciones y numerosas, como las de la Semana Santa, las fiestas de Santa Cruz de Xoxocotlán, el Lunes del Cerro, el Día de San Ramón, la Feria de Juquila, San Juan de Chapultepec o San Juanito y el Día de los Finados en noviembre que, a su vez, da paso a la Soledad, la Calenda, la Noche de Rábanos y Noche Buena, en diciembre.
El Día de los Finados o Día de los Muertos es una de la más autóctona que se celebra por varios días, desde antes y después del 2 de noviembre; son jornadas de jolgorio en las que se alterna con increible facilidad las visitas solemnes a los cementerios con la alegría y perspectiva de saborear las bien condimentadas ofrendas a las ánimas, de las cuales son las principales el mole negro y los tamales, platillos típicos de la cocina oaxaqueña.
En el Día de los Muertos las antiguas prácticas indígenas prehispánicas se conservan casi intactas. La ofrenda de comestibles a los muertos y la creencia de que sus almas realizan una visita anual a sus familiares en esta fecha, son reflejo fiel de las creencias nativas. Los antiguos habitantes de esta región creían que el ánima del difunto hacía acto de presencia en la casa que había habitado en vida, durante la noche correspondiente a la celebración y para recibirla dignamente ponían al alcance de ellos una serie de ofrendas de comida. Estas consistían primordialmente de diferentes platillos: moles, tamales, tortillas, atole, calabazas, codornices y conejos aderezados, de acuerdo a la forma cómo le gustaba a la persona, en vida.
Según estudiosos, los moradores de las casas se pasaban la noche en vela, en cuclillas y con la cabeza baja, sin atreverse a levantar la vista, para no ser castigados por el alma por la falta de respeto. Al día siguiente distribuían las ofrendas entre los necesitados o aquellas que encontraban a su paso por el pueblo.
La parte religiosa fue establecida durante los primeros años de la Colonia. Si bien es cierto que la Iglesia Católica cambió el sentido de la creencia indígena, en cambio dejó viva la práctica del rito, la liturgia ancestral de la ofrenda que es donde está la parte verdaderamente genuina del carácter tradicional y costumbrista del Día de los Muertos en esta región.
Las ofrendas, centro de las festividad, son eco del profundo amor que el mexicano siente por la vida. Y son las variaciones entre los diversos pueblos vecinos las que representan las características innatas de cada una de ellos. Por ejemplo, en Teotitlán del Valle el altar se erige en un lugar predominante de la casa. Cuando esta se construye se señala específicamente un sitio permanente para el altar. Para adornarlo se usa el cempasúchil y flores silvestres que crecen en los alrededores.
Diferente a Teotitlán del Valle, los habitantes de Ocotlán ubican el altar en diferentes lugares del hogar y lo adornan con cempasúchil y una flor roja aterciopelada, llamada cresta de gallo.
En los hogares de todas las poblaciones del estado se desarrollan actividades similares desde la víspera del 1 o 2 de noviembre preparando lo necesario para las ofrendas de comida que serán colocadas en el altar para delicia de las almas visitantes quienes se alimentarán con el aroma de ellas. Más tarde, en su visita a los comenterios las llevan para repartirlas a familiares y amigos, al pie de las tumbas.
La ciudad de Oaxaca ofrece una serie de actividades antes de la celebración; es preciso acudir a las oficinas de turismo del estado y recoger un programa en el que se indican todo lo que se organiza en la ciudad y poblaciones aledañas. El alejarse de la ciudad, visitar los tianguis y los hogares donde ponen los altares dará al visitante una visión muy amplia de lo que esta celebración, que honra la memoria de las personas fallecidas, su vida y su legado, significa para sus familiares.
Altares, ofrendas, calaveritas de azúcar, cirios, música, tristeza y alegría son los elementos que se destacan en Oaxaca en la celebración de esta tradición prehispánica, vigente en la vida de todos los mexicanos.