Texto y fotos de Julie Sopetrán
La primera vez que visité México, me llamó mucho la atención los colores, la intensa luz, las paredes de muchas casas pintadas a lo vivo, la variedad de flores.
Entonces supe, que Europa se quedó muy retrasada en jardines, en invernaderos, en cantidades de flores cultivadas. Los jardines indígenas fueron muy anteriores a los que nos ofrece Italia, Inglaterra, Francia…
En Michoacán, conocí la amapola morada, la camelina, el cempasúchil, la fucsia, el crisantemo gigante, la espuelita de varios colores, las blancas y amarillas mascotas, los colores encendidos de las begonias, los alcatraces, los cocomites que sólo abren un día y desaparecen, las nasturcias, las manitas y tantos y tantos nombres nuevos para mí y viejos para los nativos de estas tierras… como la rosa, los nardos, la flor de Nochebuena, conocida como “cuetlaxóchitl”, usada como colorante, porque teñía de púrpura y amaranto las fibras de algodón. Las dalias, la rosa laurel, llamada también “cacaloxótil”; el girasol, la hierba del burro y las maravillosas orquídeas… Tantas y tantas flores originarias de México. Original es la rosa de Guadalupe, de color beige y las españolas que allí llaman de Castilla, traídas y llevadas por los conquistadores. El mismo Cortés lo describe cuando habla de los mercados de flores.
Y es que en todos los lugares de México hay flores, en aquellos más pobres y en los más ricos, porque la naturaleza no distingue condiciones sociales.
Las buganvillas están por todas partes. Aunque dicen que la flor más preciada en México es la dalia, a la que los aztecas veneraban, “xicamiti”, planta que, Vicente Cervantes, envió a España en 1784. Pero si alguna flor es originaria de México, es el nardo, tan madrileña, pero aún más mexicana, ya que a España, la llevaron de México.
La orquídea es otra de las flores nativas, pues sólo en Chiapas, existen más de setecientas especies diferentes. Creo que merece la pena visitar México sólo por contemplar sus flores. No sólo en Michoacán, también en Morelos, Cuernavaca es un auténtico jardín, por la ciudad, cuando yo la visité, volaban las mariposas, tanto en calles como en plazas y jardines. En Puebla, en Tlaxcala, en Oaxaca, en Acapulco, en Guanajuato y hasta en la misma ciudad de México. La naturaleza allí desborda su esplendor, yo la siento más pura y conservada que la nuestra. Para observar estos colores de México, sólo basta visitar en octubre los cementerios, la fiesta del primero de noviembre con la flor de cempasúchil ya nos cambia la idea tétrica de la muerte. Sin duda el color dorado transporta más allá de la luz, los pétalos haciendo caminos en los portales, en las calles, en las casas, es una verdadera orgía de vida y esperanza.
Monctezuma entabló una guerra al cacique de Tlachquiauco Malinal, porque le negó una flor de tlalixquixóchitl…
En 1428 – 1440, durante el gobierno de Izcóati, en Chapultepec ya existían jardines sabinos y ahuehuetes, tal vez por ello, las flores son no sólo el color sino la ilusión y la alegría de las gentes de México.
Coatlicue es la diosa azteca de la tierra y la fecundidad, su nombre en nahuatl significa “Señora de la Falda de Serpientes”. Su falda estaba hecha de serpientes y su collar ostentaba los corazones de las víctimas sacrificadas. Es un mito muy curioso. Era una diosa feroz, sedienta de sacrificios humanos, se asemejan sus garras afiladas al jaguar, el animal sagrado. Su figura es antropomorfa, las serpientes la cubren y simboliza también a la humanidad. Se encontró en 1790, su monolito que fue hallado en el Zócalo de la Ciudad de México, en el lado sur del Palacio Nacional a una calle del templo de Tezcatlipoca.
Uno de los primeros jardines de México fue el de Texcoco, data del siglo XV, Netzahuelcóyoti, lo mandó construir en la roca, recreándose en las flores sobre los quinientos veinte peldaños de la escalera que, este rey poeta de los alcolhúachichimecas, mandó construir. Podemos imaginar la exhuberancia de aquellas plantas y la variedad de colores adornando las cascadas, las terrazas, los mármoles y cada rincón de este lugar mágico…
Lugar de ensueño, como aquel otro jardín del “Cerro de la Langosta” en el bosque de Chapultepec o aquel otro jardín de Xochimilco. Sin olvidarnos del Señor de Ixtapalap, o el de Huaxtepec y tantos y tantos rincones de las aldeas donde nunca faltan las flores.
Reconozco que me encantan los alcatraces, lo que en España llamamos calas, para mí son como cucuruchos de nieve a corazón abierto, flor callada, ornamental, de arácea estirpe, parece una flecha tirada al viento de los sueños, es dulce y sensual, flexiblemente acuática, se ven en los mercados como flechas de luz caídas en el barro húmedo de las milpas; es verdad que los alcatraces me dan la sensación de la tristeza, son como la noche o el atardecer, pero sí, a la vez son el día donde se esconde el oro de los presentimientos…
¡Oh! Flor, desde tu rostro, se eleva mi espíritu.
¿Y quien guarda tus amores?
Las flores.
¿Qué pasa cuando las miras?
Suspiras.
¿Quién sacia tus embelesos?
Los besos.
Así cuando el jardín canta
al alba de los excesos…
La brisa entona murmullos:
flores que suspiran besos.
Julie Sopetrán