Texto y Fotos por Mary J. Andrade
Published in La Oferta Newspaper
Ciudad de México, octubre 16, 1991 – En el libro “Tesoros Populares de México” publicado recientemente y que presenta casi 50 años de actividad de Nelson Rockefeller como coleccionista, se encuentra reproducida en la página 141 la Chichtuilotera de Miguel Linares. La chichtuilotera es una vendedora de pájaros (calavera), con su pequeño hijo (calaverita) en la espalda, sostenido por un rebozo.
Los Linares se han inspirado en las actividades diarias de los habitantes de la ciudad y en sus exposiciones de Día de los Muertos rinden homenaje a los personajes regionales que van desapareciendo, ante el empuje de una vida más agitada.
Al terminar la temporada de muertos, se inicia otro periodo de creatividad para ellos: el de la Navidad, los nacimientos y la famosas piñatas consumen largas horas de producción de toda la familia. “Antes se hacían las piñatas sobre una olla de barro. Se les ponía una cabeza, las manos y los pies se hacían de papel. Las cabezas las diseñábamos nosotros y eran esas caretas, las que salíamos a vender en las calles”, recuerda don Felipe sin detenerse en su trabajo.
La demanda de cada temporada pone a trabajar a los miembros de esta familia de 12 a14 horas al día, En la actualidad solo aceptan órdenes y las piñatas sirven más bien de adornos en establecimientos exclusivos.
Exposiciones del trabajo de los Linares se pueden encontrar en galerías y museos de varias ciudades norteamericanas. En el Museo Pompidou de París, existe una colección permanente del trabajo de don Pedro, sus hijos y sus nietos.
El taller de la familia Linares está ubicado en el tercer piso de la vivienda que ellos ocupan. “Se llega él subiendo por una escalera de metal. Don Pedro, a pesar de sus 85 años, la sube con mucha ligereza, tal parece que la perspectiva de dedicarse a crear pone alas a sus pies.
Alas, colas, caras traviesas y miradas pícaras son sinónimos de sus alebrijes. Sus figuras hacen detener al turista que distraidamente recorre las boutiques de uno de los sectores más exclusivos del Distrito Federal: la Zona Rosa.
Es indiscutible que el movimiento y la picardía que se observa en los alebrijes persiguen al que cae bajo su hechizo.
Pero, si el gusto del coleccionista es más fuerte, entonces lo ideal es arribar a la Ciudad de México en temporada de muertos y comprar una de sus calacas. Cada año ellos crean figuras originales: si Ud., amigo lector, tiene la intención de adquirir una es mejor que se apresure y llegue antes de que le gane la delantera un museo extranjero y lo deje con las manos vacías.
Diseñado en papel maché, el trabajo de don Pedro Linares y su familia es presentado en museos nacionales e internacionales, como una muestra de la creatividad de estos mexicanos, quienes por años han dado paso libre a su imaginación, creando figuras que van desde lo extremadamente cómico hasta lo grotesco, dependiendo de la temporada en que se encuentren.
Nativo de la Ciudad de México, don Pedro Linares de 85 años de edad, patriarca de esta familia de artesanos, recuerda los años difíciles cuando para ganarse el sustento, complementaba su trabajo de albañil con el de hacer figuras especiales de Judas para la Semana Santa y de piñatas para la época navideña.
Los Judas, una tradición que se va perdiendo, consistía en figuras gigantes hechas de cartón, que se confeccionaban representando generalmente a un político, que precisamente por la naturaleza del personaje, se convertía en sinónimo de la traición a las esperanzas puestas en él por el pueblo. El Sábado de Gloria, a las diez de la mañana, este personaje era quemado ante la mirada alborozada de grandes y chicos.
Esta tradición, en la cual participaban los dueños de los negocios, ya que eran ellos quienes compraban las figura llenas de cohetes, está declinando, en primer lugar, por el alto costo que demanda su confeción y por la prohibición dada por la Ciudad de que se quemen en público.
Desde su casa en el barrio de San Nicolás, localizada detrás del Mercado Sonora en el Distrito Federal, lugar donde ha vivido toda su vida, don Pedro ha visto declinar muchas tradiciones, al mismo tiempo que la necesidad de subsistir y su imaginación lo llevaban a crear figuras originales; diseños que han llegado a exhibirse en museos y galerías de arte.
Don Pedro, quien aprendió el trabajo de su padre, José Dolores Linares, nativo del Estado de México, ha transmitido sus conocimientos y creatividad a sus hijos Enrique, Felipe y Miguel y a sus nietos Leonardo, David y Felipe. En la actualidad son tres generaciones que laboran íntimamente unidas, en un proceso de creatividad intenso frente a la demanda del público.
Felipe Linares comenzó a trabajar con su padre cuando tenia ocho año de edad; él salía a las calles a vender las piezas que colgaba de un palo, en forma exagonal: los Judas en Semana Santa y las piñatas en Navidad.
“En esa época nuestra forma de vida era muy difícil, ya que las figuras que mi padre hacía, se vendían muy baratas y se trabajaba en ellas solamente por temporadas”, comentó don Felipe al recordar sus largos recorridos por las calles de la ciudad.
Pedro Linares, conocido también por muchos como uno de los famosos y legendarios cartoneros, comenta que sus figuras de alebrijes nacieron de una visión que tuvo en una ocasión, cuando se encontraba gravemente enfermo. Durante esa experiencia vio dragones con dientes afilados y ojos sobresalidos que volaban acechándolo.
Esa visión lo llevó a iniciar cambios en sus diseños, y hacia 1945 surge la idea de cambiar la cabeza de los Judas por las de dragones. “Para 1950 habíamos completado nuestra transición hacia las figuras de los animales, el engrudo y el papel se transformaban en monstruos exhuberantes. Mi padre los creó, dándoles características únicas, a lo que hoy se conoce como los alebrijes”, comentó Felipe Linares.
Y fue precisamente en las calles, cuando se ofrecían al público, que los alebrijes despertaron el interés del entonces Director del Museo de Arte Popular, quien compró todas las figuras confeccionadas hasta esos momentos.
Este fue el inicio de una demanda que no se detiene y que más bien crece día a día, al ubicarse las piezas de la familia Linares en galerías, museos y boutiques.
En mi caso, fue en una tienda especializada en artesanía, en Oaxaca, donde los alebrijes llamaron mi atención. Tuve que esperar varios meses antes de establecer contacto con don Pedro y Felipe Linares, para realizar esta entrevista y poder admirar de cerca las distintas figuras.
Los alebrijes, calacas, piñatas y nacimientos se mezclan, inconclusos, en el piso de la azotea desafiando la creatividad y dedicación de los dueños del taller. Ellos no dejan pasar el tiempo, sus manos se mueven velozmente sobre el papel y el engrudo, material con el que expresan su creatividad.
La demanda del trabajo de los Linares se relaciona con las festividades de las temporadas. En septiembre hacen caricaturas de los heroes de la Independencia Mexicana y en octubre se dedican exclusivamente a las figuras de Día de los Muertos.
La orginalidad de las famosas calacas es indiscutible y el sello que esta familia les imprime a sus diseños es fácilmente reconocible. Durante los últimos 30 años, cada octubre, los Linares realizan una exposición especial en el Museo de Arte Popular de la Ciudad de México. La de 1990 contó con 15 piezas de 1.25 a 1.30 mts. de altura, entre las cuales se destacaban las figuras de un charro (calavera) con su china poblana (calavera) montados en un caballo (esqueleto), posando para un fotografo (calavera). Esta colección fue vendida a un Museo de San Luis Missouri por veinte millones de pesos.
La Lic. Laura Osegura, Directora del Museo Nacional de Artes e Industrias Populares del Instituto Indigenista, nos informó que el Sr. Pedro Linares habia sido propuesto como candidato al reconocimiento del Mejor Artesano del País. “Es un reconocimiento que por la calidad de su trabajo y por los años que le ha dedicado, se le debe a Dn. Pedro”, comentó la Lic. Osegura.